jueves, 30 de agosto de 2012

Tortitas en el bosque

Hay que ver, te despistas un poco y de repente han pasado dos días y tienes unas cuantas cosas más que contar. Ayer miércoles amaneció un día precioso y decidimos que tocaba pasarlo en el bosque, el Amsterdamse Bos del que ya he hablado por aquí y que cada vez me gusta más. Es un bosque civilizado, con árboles, prados y senderos pero como se hizo con un proyecto muy cuidado y es artificial, más bien parece un parque gigantesco; por supuesto, plano planísimo. Me recuerda al parque del Prater de Viena, esos sitios que al final son lo que más te gusta de una ciudad, sobre todo si vives en ella.

D. nos había comentado que al oeste del parque hay un sitio famoso por sus pannenkoeken o tortitas, motivo suficiente para ir a comprobar el dato; pero es que además tienen una especie de mini-granja con bichos para los niños y no se encuentra lejos de una zona de baño infantil dentro del Bos, así que preguntándonos cómo no habíamos ido antes, salimos para allá con calma y con una breve parada para encargar un casco para la nena.

Lo del casco tiene su aquel, porque en este país de millones de bicicletas es raro ver a padres que le pongan casco a sus hijos y como mucho lo llevan cuando están aprendiendo a montar solos (sobre los 3 años he visto yo a alguno). Una tiene una cierta propensión a las caídas y prefiero prevenir. El otro día un motorista me dio un porrazo en el carrito de bebé que llevaba enganchado detrás y casi me rompo la crisma, así que el casco para la niña es importante no sea que se repita el incidente. Cuando vimos una de las sopotocientas tiendas de bicis y accesorios entré a comprar uno pero como es un artículo con poca demanda (¡!) tuve que encargarlo y lo tendremos la semana que viene. Como curiosidad, había unos veinte tipos de timbre, pero cascos para niños y bebés ninguno.

El Bos tiene en su parte norte un canal alargado para remo y deportes similares, y para que algunos descendientes de los espartanos se bañen para probar su valor. Paramos en un pradito a comernos el picoteo en plan picnic y descubrir que aquí hay ranas en medio de los prados aunque no haya estanques a la vista (así de húmedo está el suelo), y luego nos acercamos al famoso restaurante de tortitas a por el postre. El sitio se llama Boerderij Meerzicht, y aparenta ser una casita muy mona y coqueta pero en realidad alberga todo un imperio especializado y monotemático de proporciones impresionantes. Para los de Tenerife: es a las tortitas lo que Casa Tomás a las costillas. Para los de Madrid: es a las tortitas lo que el bar Las Bravas a... Las bravas. Etcétera.

El cuartel general pannenkoekenero.

El sitio es enorme, tiene mesas dentro y fuera y se ve por todas partes ese sentido de la organización y del monotema que caracteriza a los negocios cuyos dueños han visto la luz y decidido que para qué diversificar, si puedes centrarte en lo que sabes hacer y que encima es lo que los clientes esperan de ti. Hay un menú con unas 45 variedades de tortitas y luego alguna cosa más para los aguafiestas que quieran pedir otra cosa (equivalente a pedir pescado en Casa Tomás o una hamburguesa en Las Bravas). El sistema es con número de pedido y te van llamando por una pantalla; pueden tardar un buen rato en sacar el tuyo, cosa a tener en cuenta si tienes las bebidas al principio y para cuando llegan las tortitas te las has terminado. La máquina de preparación es abierta y fascinante porque parece un cacharro de peli de Tim Burton, véase foto abajo (sí, la saqué con mi cachophone y la calidad es tan terrible como siempre):

La increíble máquina de tortitas y sus operarios

Cuando te toca, te acercas al mostrador y te dan un cacharro diseñado expresamente para apilar los platos de tortitas y que te lleves la pila de golpe a tu mesa. Con dos platos como la nuestra pesaba lo suyo, lleno tiene que ser algo serio de levantar. Por supuesto cada tortita es del tamaño de un plato llano grande y tienen una pinta estupenda. Las nuestras eran de manzana con canela y de Nutella (mi hijo juega sobre seguro y siempre pide chocolate).

¿Podrá el intrépido Javi acabar con una de éstas él solo?

Dimos buena cuenta de las tortitas y pasamos un rato viendo los bichos (a los que se puede dar de comer pagando una ración de cañamones), subiendo a los columpios (Javi, claro) y contemplando a muchísimos abuelos holandeses zampar tortitas con un aspecto delicioso. El sitio es muy popular entre los locales pero no vimos a ningún extranjero aparte de nosotros, y todo estaba en holandés salvo una fotocopia del menú de tortitas en inglés, nada de menú plastificado en cuatro idiomas. Nos apuntamos la de piña y bacon y la de naranja y almendra para la próxima vez y nos fuimos pedaleando entre los árboles hasta la Gran Piscina Infantil (habíamos estado en la Pequeña Piscina Infantil, que resultó no ser muy diferente en tamaño a pesar del nombre) donde los críos se bañaron en las aguas gélidas y luego, como aún quedaba tarde por delante pero no había tiempo de ir a un museo, nos pasamos a ver el Centro de Visitantes del Amsterdamse Bos (Bezoekerscentrum). Lo habíamos visto varias veces pero siempre lo habíamos dejado para otro momento.

La piscina grande.

El centro de visitantes es como un búnker con una forma similar a un barril, en madera y cristal y con mucha curva. Dentro hay una tiendecita de cosas relacionadas con la naturaleza -guías para reconocer pájaros, lupas para insectos, etc.-, una exposición permanente con la historia del Bos y algunos paneles sobre pájaros, tipos de árbol y bichos varios que se pueden ver, y una sala de exposiciones temporales que en este caso tenía una de Mondriaan (dato para enterados: era holandés y el nombre correcto es con dos aes pero lo cambió a Mondrian. No, yo no lo sabía hasta que lo vi en la expo). Junto al mostrador de la tienda hay un montón de animales disecados y permiten a los niños tocarlos, una buena idea porque pocas ocasiones en la vida se tienen de tocar un topo, por ejemplo. Había una ardilla y aprovechamos para preguntarle a la de la tienda (que era muy simpática) cómo es que la ciudad no está plagada de ardillas cuando hay el clima y los árboles perfectos para que se encuentren por todas partes. La explicación es que hace 20 años hubo un virus que aniquiló la población y sólo recientemente se han empezado a recuperar. Están protegidas y se pueden ver en ciertas zonas del Bos, pero nada que ver con otras ciudades donde las ardillas se toman confianza y se te acercan; aquí son huidizas y raras de ver. Son de las rojizas y por supuesto tenían varias disecadas por la exposición.

La pena es que toda la información del centro es en holandés, pero por ejemplo Javi vio un par de pelis de animación que contaban cómo drenaron la zona y cómo plantaron todo y estaba tan claro que se enteró sólo por la imagen, así que en general lo recomendaría si uno está por la zona. Es gratis, se visita en 15 minutos y el personal es muy agradable.

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