domingo, 26 de agosto de 2012

Domingo bíblico

Hoy nos levantamos sin Javi, que se había quedado en casa de los niños de ayer (donde la fiesta), y tras desayunar tomamos un tranvía hasta el barrio de nuestros amigos para recogerle a él y a las bicis. Hay que reconocer que el transporte público de esta ciudad es caro pero funciona de miedo; es difícil encontrar un barrio que no tenga varias opciones de tranvía, metro, bus o tren de cercanías bien comunicados con el centro. En este caso lo cogimos en la salida de la estación central y nos dejó prácticamente en la puerta de nuestros amigos, que estaban desayunando (con otra pareja que está quedándose en su casa y con la que se iban de turismo luego). Nos tomamos un café con ellos, comentamos las mejores jugadas de la fiesta (sin duda, el pedir a los invitados que se vistieran a lo Bollywood, la coreografía y la comida), que había terminado a altas horas de la noche, y luego nos fuimos cada cual por nuestro lado.

Así de gris estaba hoy la ciudad desde el embarcadero del ferry.

Habíamos pensado parar en el camino de vuelta en el Museo de los Canales (Het Grachtenhuis), que se encuentra en el Herengracht; lleva poco tiempo abierto y he leído en varios sitios que está fenomenal. Explica la historia de los canales y su construcción con varias instalaciones audiovisuales, maquetas, etc., y se ha llevado varios premios. Sin embargo, cuando llegamos descubrimos con horror que no está en la lista de los museos de la Museum Kaart y que la entrada sale por 12€ por barba (un poco menos los niños). El chaval que habían puesto en la entrada a tratar de convencer a los turistaas para que entrasen nos contó que para que lo incluyan en el Museum Kaart un museo se tiene que tirar años funcionando y de forma rentable; en este caso llevan meses y es cien por cien privado así que no tienen subvención y toca pagar sí o sí. Cuando vio que nos lo estábamos pensando, nos dijo que si sacas la entrada por internet tiene un descuento de 3 euros por persona, así que decidimos dejarlo para otro día y meternos en el museo de al lado, por eso de que llovía y nos apetecía ver cosas a cubierto sin tener que pedalear más. Se trataba del Museo bíblico de Ámsterdam.

De entrada, sé que esto suena a museo muy religioso y de temática muy específica, pero no es así. Para empezar, vale la pena verlo aunque sea sólo por el edificio. Se trata de cuatro casas unidas para formar un solo palacete, una idea que tuvo un burgués forrado allá por el siglo XVII; como coleccionaba objetos relacionados con la biblia ahora el museo expone algunos de ellos, pero aunque algunos sí reflejan la relación directa (una maqueta de Jerusalén, miniaturas del arca de la Alianza, biblias varias...) otros son un poco traídos por los pelos como temática bíblica. Por ejemplo, en la planta alta te encuentras de sopetón con una inesperada momia egipcia y varios canopes cuya relación con la biblia es... que los hebreos estuvieron en Egipto, claro. Así que hala, ahí van unos cuantos gatos momificados, escarabajos de ágata y estatuillas de Horus para completar la colección. Interesante es, pero te sorprendes porque es todo muy ecléctico. De hecho te lo puedes pasar muy bien tratando de ver relaciones bíblicas con las cosas que hay por la casa, algunas más evidentes que otras.

Javi dibujando en una de las mesas taller
que hay por todo el museo.

En el sótano y bastante escondida hay una habitación repleta de biblias de todo tipo, algunas muy antiguas y en vitrinas, con la historia de cómo la biblia llegó a Holanda y fue traducida y anotada. En una mesa baja tienen un minitaller para que los niños escriban su nombre (o la palabra que quieran) en el alfabeto latino, griego o arameo usando una rueda troquelada, y les dan iniciales de manuscritos medievales para que las coloreen, una buena idea porque evita que se aburran demasiado recorriendo las salas. También hay dos cocinas muy bien conservadas en las que ves cómo se vivía en el siglo XVII, con vajillas, utensilios y comida postiza para crear ambiente (relación con la biblia: pues es evidente, eran las cocinas del dueño de la casa, que coleccionaba objetos bíblicos. Si es que hay que explicarlo todo).

Jardín, por supuesto de inspiración bíblica
(tiene higueras, por ejemplo)

El jardín trasero es muy bonito y las habitaciones que dan a él son ahora la cafetería. Una de las cosas más curiosas es que en esa zona hay dos cuartitos pequeños, las "cámaras de aromas" con tarritos de piedra que puedes abrir para oler cosas que aparecen en la Biblia, como la famosa mirra o el incienso (sí, los de los Reyes Magos) o la madera de cedro; en cada tarrito te ponen el versículo en el que se cita. Además había una exposición temporal sobre flores y su simbología (bíblica, claro), con lo que tenían cuadros antiguos y modernos con flores y de paso, algún bodegón de comida (relación con la biblia = los pintaba la misma gente que los cuadros de flores, algunas de las cuales tienen simbología cristiana; aquí ya éramos unos expertos).

Tras el museo retomamos las bicis y disfrutamos de un nuevo y refrescante chaparrón holandés de camino a la estación. Por suerte este ya nos pilló prevenidos y equipados y hasta los niños llevaban pochos para luvia así que sin mucho problema llegamos al ferry, cruzamos el IJ y llegamos a casa para pasar la tarde skypeando con amigos y familia y ver llover mientras permanecíamos calentitos en casa (sí, fuera ya hace fresco y se agradece).

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