Desde que he vuelto a tener una rutina oficinil, he retomado las sensaciones que todo currante conoce: la euforia de la llegada del viernes, el subidón del sábado por la mañana con dos días enteros por delante para hacer lo que a uno le dé la gana, y por supuesto el bajón del domingo por la tarde (duplicado si el día está gris, algo frecuente aquí). Así que los sábados y domingos intentamos que sean días que cundan lo máximo posible, aunque por otra parte a veces estoy tan cansada que lo único que me apetece es atrincherarme dos horas en el sofá con un libro, cosa que con dos críos es un lujo que no puedo permitirme a menudo (el cansancio también se debe a que la nena se sigue despertando varias veces por noche, y eso significa que llevamos más de diez meses sin dormir del tirón).
Para que luego hablen del tiempo holandés:
canal un sábado de septiembre por la mañana.
El fin de semana pasado
El fin de semana pasado nos fuimos a pasear por la ciudad, con la excusa de ir a comprarle a Javi un libro en la librería americana. Lo habíamos visto hace un mes y decidimos comprárselo por fin, sin esperar a que vengan los Reyes, porque el pobre lo ha pedido varias veces y la verdad es que no hemos traído muchos juguetes, además de que se entretiene horas con este tipo de libro: es de recortables de los de montar en tres dimensiones, 50 monstruos y 10 más que el niño puede inventarse y colorear. Podéis verlo
aquí. A mi hijo hace ya un par de años que le encanta lo de montar bichos de papel, y se ha vuelto mañosísimo con esto; nada más venir se puso con un kit de cinco dragones que terminó en un pispás y enseñó orgulloso a todo el que llamó por
Skype en agosto (varias veces en el caso de los abuelos). Así que fuimos en bici hasta el centro, aparcamos y paseamos por la zona, con parada para el café incluida y una visita al patio de las beguinas. El
Begijnhof o beguinato (si es que se dice así en español) es un conjunto de casas para las Beguinas, mujeres que sin haber tomado los votos para monja, llevan una vida retirada y semi-religiosa. Antiguamente era una opción habitual para viudas o mujeres solas, que podían así dedicarse a hacer trabajos de caridad o artesanía viviendo en comunidad y con sus propias normas. A diferencia de las religiosas, las beguinas pueden dejar su comunidad para casarse. Los beguinatos tienen siempre una pequeña iglesia o capilla y se pueden visitar los que quedan (en Holanda y Bélgica; por ejemplo, hay uno precioso en Brujas, apartado del centro). Vale la pena verlos porque suelen ser preciosos, con jardines y placitas centrales con flores, y si tienes suerte y no hay mucha gente es mejor aún. Es normal ver a alguna de las beguinas en su jardín o yendo a la capilla; lo único que se pide, por lo menos en el de Ámsterdam, es que no se saquen fotos (algo que la mayoría de turistas se pasa olímpicamente por el forro) y que no se traspasen algunas de las zonas más privadas (lo mismo, como sólo ponen una barrerita simbólica hay mucho salvaje que se la salta para poder inmortalizar el trocito privado de los jardines).
Una de las entradas al Begijnhof.
Quien quiera ver el interior, que venga de visita.
El de Ámsterdam está en pleno centro pero muy escondido, y si no se busca expresamente es fácil pasar ante las entradas sin verlas (hay dos). Es mejor ir muy temprano para evitar las manadas de turistas. La ciudad está llena de ellos, como es lógico, pero los que se meten en el beguinato me ponen de peor humor porque pasan olímpicamente del concepto de respeto y se ponen a sacar fotos de todo lo que se mueve, gritan, tiran colillas en los senderos y se pasean por la capilla haciendo ruido. Soy una cascarrabias con estas cosas, y como no van a ir a mejor, lo que hago es evitar las horas punta para ir a estos sitios. Me he dado cuenta de que los turistas que más madrugan son los españoles con mucha diferencia, no sé si porque se levantan antes o porque se saltan el desayuno y son los primeros en llegar a la calle; si uno va a los sitios a las nueve sólo se encontrará a un puñado de compatriotas y poco más, así que vale la pena madrugar porque no hay color entre ir a las 9 e ir a las 11 a un sitio conocido de la ciudad.
Compramos el libro en el American Book Center y aprovechamos para babear con muchos otros de los que tenían en la planta baja (a la alta ni subo porque me dedicaría a dilapidar el patrimonio familiar). Había una jornada del manga o algo similar, porque cuando llegamos estaban montando mesas dentro y fuera de la librería y al poco empezaron a llegar críos vestidos de lolita gótica y de Pokémon.
Fans del manga en la zona de revistas del ABC
El domingo habíamos quedado con los mallorquines que conocimos en el IKEA para ir a un mercadillo. Desde hace un mes, estoy suscrita a la
e-newsletter del Sunday Market; este mercado se celebra a lo grande el primer domingo de mes en el Westerpark pero hay otros más pequeños los demás domingos, y lo van cambiando de lugar. El de este segundo domingo de mes era en una zona industrial al noreste de la ciudad, no lejos del museo marítimo; así que nos pusimos de acuerdo y nos vimos allí con esta pareja y su hijo. El sitio elegido para el mercado es una explanada que tiene a un lado un solar destartalado y al otro una serie de almacenes industriales abandonados. En uno de ellos, gigantesco, había una misteriosa turbina de avión; en otro habían montado un bar de copas en plan industrial, amueblado con sofás viejos y sillas de avión. Luego me enteré por una compañera de la ofi de que de noche es el no va más y todos los días se llena de gente de marcha porque como está en medio de zona de almacenes el ruido no molesta a nadie. Por supuesto como buena actividad de domingo holandesa había una zona para niños con una especie de playita de arena y un barco de hierba para que los críos brincasen y a la vez se jugasen la vida. Ahí se dirigieron mi hijo y su nuevo colega a tratar de romperse la crisma o caer al canal.
Salto del muelle al barco de hierba
El mercado tenía varias cosas de artesanía, algunos puestos de comida y casetas con teatro y una especie de
happenings extraños. También había un puesto de masajes con sus inciensos y toda la parafernalia. Todo muy hippioso e informal. En el anterior mercado había holandeses y guiris expatriados a partes iguales, pero en este caso todo el mundo excepto nosotros era holandés. No compramos nada (los precios en general eran altos) pero el paseo fue agradable y comimos unas pitas y nos echamos unas risas. Tras el mercado nos fuimos dando un paseo hasta el museo marítimo y la terraza del Nemo, y nos tomamos unas cañas en un bar de la zona.
Bar en nave industrial cerca del Entrepot Dok
Este último fin de semana
Ayer sábado por la mañana hubo debate sobre qué íbamos a hacer. Javi llevaba toda la semana pidiendo ir a la piscina Mirandabad, a la que no habíamos vuelto desde aquella vez en verano, cuando colgué la foto de los toboganes. Yo estaba frita por callejear y que me diera el aire, tras una semana metida en salas de formación; así que nos dividimos y los chicos se fueron a flotar y yo me di un largo paseo por la ciudad con Irene, a pie.
Canal a las nueve de la mañana
Hacía una mañana estupenda y era aún muy temprano, las tiendas estaban cerradas todavía. Fresquito ya se nota, así que pasear es muy agradable, y no hay aún hordas de turistas. Llegué a la altura del mercado de flores, el
Bloemenmarkt, que suele ser un horror imposible de atravesar y normalmente evito: está hasta arriba de turistas y no se ve nada. Pero como a las nueve de la mañana sólo hay cuatro españoles fue un paseo tranquilo y hasta pude ver lo que se vendía en cada puesto. Quizá porque ya lo he visto muchas veces o porque siempre está abarrotado, el caso es que es uno de esos sitios famosísimos que se supone que es imprescindible ver si se viene a Ámsterdam, pero que no me tira nada. De hecho, lo que más me gusta del mercado es una tienda de grabados antiguos llevada por un hombre y su inseparable perro, donde el año pasado compramos unas láminas preciosas de corales y de peces (de qué iban a ser) y que recomiendo al que le gusten estas cosas. También hay un restaurante indonesio muy bueno a la mitad del mercado, donde comimos con una amiga que vino desde Bruselas.
Imagen de puesto típico de bulbos
antes de la hora de la marabunta turística
Luego giré hacia el Dam, donde como siempre había varios acontecimientos en marcha (algún tipo de carrera por la salud, patrocinada por el ayuntamiento y en la que regalaban manzanas a los participantes), muchas estatuas vivas de estas que ahora se ven tanto (y al menos dos son españoles, que les oí charlando antes de ponerse en pose) y se empezaban a ver grupitos con guía aquí y allá. También empezó a llover, pero como una ya se conoce el percal iba equipada y seguimos el paseo convenientemente impermeabilizadas. Llegamos a casa a las once, justo a tiempo para coincidir con O y G, unos amigos que acaban de expatriarse también y han decidido empezar de nuevo en Tulipandia. Por alucinantes casualidades de la vida, ya que no tenían nuestra dirección, el apartamento que han encontrado para sus primeros días está justo enfrente de nuestra casa y nos vemos cada dos por tres por el barrio, una situación de lo más surreal cuando llevas un mes sin ver caras conocidas y de repente vuelves a tener cerca a amigos que te hablan en tu idioma. Es agradable pero rarísimo porque estás aquí, aún adaptándote a la idea de que esta es tu ciudad, y te encuentras en el super a amigos que relacionas totalmente con tu antigua ciudad. Quedamos en cenar juntos a horas tempraneras y nos despedimos hasta más tarde. Luego yo me quedé en casa con una serie de trabajillos de diseño que tengo pendientes, y los chicos llegaron al rato con el pelo aún clorado del Mirandabad. Comimos, echamos siesta y salimos de nuevo al centro a pasear hasta la hora de la cena con los amigos, que fue estupenda y encima comodísima porque sólo tuvimos que cruzar la calle para llegar. El de ellos es un apartamento antiguo y en un piso alto con las ya clásicas escaleras alpinistas holandesas, muy acogedor y grande. Charlamos hasta que los críos estaban ya demasiado cansados para ser una compañía agradable y nos volvimos para casa.
Hoy domingo teníamos pendiente ir a por la bici de Javi, que he conseguido por 15 euros de segunda mano en Marktplaats (tres hurras por Marktplaats) y también nos acercamos al Decathlon a ver el tema de chubasqueros, pantalones de agua (imprescindibles, según me dice todo el mundo) y botas de agua, además de prendas térmicas. La visita al Decthlon no fue especialmente divertida pero el paseo hasta allí sí es agradable porque vas viendo prados y zonas industriales modernísimas, alternando caballos y garzas con rascacielos ultramodernos. No hubo sorpresa y lógicamente la parte más extensa del Decathlon es la dedicada al ciclismo (seguida del trekking o senderismo), pero me sorprendió la cantidad de metros dedicada a la hípica, y al pobre Alejandro le chafó ver que aquí la pesca está por debajo, en popularidad, al hockey sobre hierba o el golf.
El Decathlon está al pie del famoso estadio ArenA, sede del ultrapopular equipo Ajax de Ámsterdam, y es un edificio impresionante que espero poder ver alguna vez por dentro porque por fuera te deja pasmado. Es monstruoso, gigantesco. Alrededor han hecho una zona de recreo a lo americano, donde las familias pueden ir a echar el día comprando, yendo al cine y comiendo porquerías; a mí personalmente me horripilan este concepto de zona de recreo y creo que se da de patadas con el espíritu holandés de tiendecitas pequeñas y de barrio, jardines en los que sentarse es gratis y las cafeterías destartaladas y acogedoras, pero para gustos hay colores, además de que para algunas cosas puntuales resuelven (véase IKEA, Media Markt o Decathlon). Por supuesto abren en domingo, solo que más tarde que los demás días. Volvimos en bici y Alejandro fue a buscar la bici de Javi en un momento. La señora que la vendía la había puesto en subasta, así que yo empecé ofreciendo 15, me sobrepujaron a 20 y subí a 25. Cuando Ale fue a pagar los 25 eurolos, la señora le dijo que se la dejaba en 15 porque decía que ese primer precio ya le había parecido justo (alucino con esta gente, en serio). El resto del día estuvimos haciendo vida familiar en casa y mentalizándonos para la llegada del lunes.